jueves, 14 de abril de 2016

La República no era eso

Los irresolutos nostálgicos apegados a la naftalina del pasado reviven hoy la bandera tricolor, en un intento vano por resucitar lo que está muerto, pero a un republicano normal debería importarle más bien poco las fechas conmemorativas de la Segunda República, ese periodo convulso que sigue inmerso entre sus tenues luces y su multitud de sombras, ya no es un espejo que dé fiel reflejo del verdadero espíritu republicano.

Sin ánimo de hacer un panegírico sobre historia, la II República fue indiscutiblemente un periodo caracterizado por la división de la sociedad española en dos bandos irreconciliables y el enconamiento de las ideologías políticas hacia sus extremos más rancios, mientras los sucesivos gobiernos eran incapaces de imponer el orden público. Las sucesivas revueltas anarquistas, la revolución del 34 en Asturias -con el asesinato de una treintena de religiosos y la voladura de la Cámara Santa y del paraninfo de la Universidad de Oviedo-, la proclamación del Estado Catalán por Companys, el desorden público tras la victoria del Frente Popular y el creciente anticlericalismo -que no laicismo- materializado en la quema de iglesias, todo ello en apenas cinco cortos años de historia, son algunas muestras evidentes de la falta de imperio de la ley en una República que desde su nacimiento no fue bienvenida por una izquierda cada vez más revolucionaria por considerarla 'burguesa' ni por unos nacionalismos que no se contentaban con un simple estatuto de autonomía. 

No sabemos muy bien dónde encuentran algunos la hermosura y la bizarría de esa algarabía política 85 años después de aquellos tiempos. Y sin embargo son muchos los que parecen dispuestos a meter el dedo en la llaga y reabrir las viejas heridas; a regresar al enfrentamiento, a los bandos irreconciliables, al cuadro de Goya con dos españoles medio enterrados en el barro y dispuestos a darse de garrotazos; a resucitar al dictador cada dos por tres, porque en el fondo su vida política no tiene sentido sin ese chivo expiatorio, sin ese muñeco de vudú de voz atiplada al que clavar agujas. En definitiva, a retroceder en el tiempo casi un siglo porque su única visión de futuro para España pasa por el pretérito imperfecto, por el revanchismo, por ganar la guerra perdida, por reescribir la historia.

El sentimiento republicano en España sería normal si pasase por un debate abierto sobre la forma de Gobierno de nuestro país. Pero los promotores del republicanismo actual, a caballo entre Izquierda Unida y Podemos, ni siquieran hablan sobre si quieren una república presidencialista o una república bicéfala. No existe tal debate. Su única preocupación es resucitar esa Segunda República llena de lagunas, división y enfrentamiento; ese espejo roto en la historia de España que debería quedar en los libros de historia y que muchos tratan de reanimar sin saber que lo muerto no puede revivir. 

Frente a ello, lo que haría un republicano sería mirar hacia el futuro de España para crear un proyecto de convivencia común e integrador sin la Casa Real en la Jefatura de Estado, algo muy legítimo; pero ese futuro no pasa por cambiar las banderas, modificar los himnos, mentar a Franco día tras día o reactivar la guerra de trincheras y la división irreconciliable entre españoles, que es lo que supone emular los tiempos de una Segunda República fallida. Porque tal y como dijo Ortega y Gasset: «Una cantidad inmensa de españoles que colaboraron al advenimiento de la [Segunda] República con su acción, con su voto o con lo que es más eficaz que todo eso, con su esperanza, se dicen ahora, entre desasosegados y descontentos: "¡No es esto, no es esto!"». Y es que, en realidad, la II República no es precisamente el ejemplo a seguir en una república.

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