miércoles, 1 de abril de 2015

El enfado de Cayo Lara

Se me hace extraño hablar de Izquierda Unida. Hace tiempo que parecía desaparecido del papel político tras la irrupción de Podemos. Pero trasciende el enfado de Cayo Lara con su equipo y vuelve a los titulares. Es normal. El enfado, digo. Cayo Lara, ahí donde lo ven, y a pesar de la distancia ideológica que nos separa, es un hombre con orgullo, un arquetipo de político que, en palabras de Tania Sánchez y Alberto Garzón, "ya no se lleva". Ahora se llevan las confluencias, el deshacer la historia política por un quítate tú que me pongo yo, el uso a tropel de eufemismos para enmascarar una realidad que queda tan oculta que a veces es imposible verla.

La izquierda, y en especial el PCE, siempre fue muy hábil con los eufemismos. No ya el comunismo histórico que llamaba purgas a las matanzas indiscriminadas, como si de estuvieran habilitando radiadores, sino el comunismo español. Tania Sánchez, sin ir muy lejos, sabe mucho de eso. Sale en la televisión diciendo que hay que "confluir con Podemos", que es un "nuevo reto político", que si la "mayoría social", que si la "fórmula asamblearia para tomar decisiones", que si patatín y patatán. Y Alberto Garzón, otro tanto. Su discurso radica en la unión con Podemos, en la construcción del Frente Popular moderno, en llegar al Gobierno sí o sí, como sea, con el programa que sea, y cuanto antes mejor. Estos son mis principios programáticos, los de IU, pero si quieren tengo otros, los de Podemos. 

Eso a Cayo Lara le duele. Fue cabeza de cartel de un partido histórico, con 94 años de historia a sus espaldas que llevó a Izquierda Unida de la más paupérrima miseria, gracias a la deslabor de Gaspar Llamazares y su hoz de desbroce, y lo llevó a unos resultados medianamente dignos, más cercanos a los de Gerardo Iglesias que a los de Julio Anguita. Y entra Podemos como experimento de laboratorio mordiendo las entrañas de Izquierda Unida, dejándola en una tembladera sempiterna, dolida en su interior, robando de forma soez su contenido programático, y con apenas un año de historia supera las expectativas de voto de IU en tres décadas de Democracia. Y los hay que, después de consumado el robo, el saqueo y la violación, quieren casarse con Pablo. Normal que Cayo se enfade

Al PCE le legitima la historia como el partido de izquierda radical por antonomasia. Por eso a Cayo Lara, como a Gerardo Iglesias, a Santiago Carrillo o a Dolores Ibárruri, no le puede venir un infante en calzones como Pablo Iglesias o Juan Carlos Monedero a dar lecciones desde otro partido que enmascara su comunismo con una "transversalidad" inexistente, ocultando su identidad real, para captar el voto de la socialdemocracia en el juego del despiste. Cayo, a diferencia de Alberto o Tania, tiene orgullo y personifica la lealtad de partido. Que la hoz y el martillo sean ideológicamente opuestos a nuestra corriente ideológica no nos enmascara la realidad: mientras Alberto y Tania harían dinamitar la sede de su partido a cambio de un escaño en el Congreso, de la mano de Podemos o del Partido de Doña Urraca la Pitonisa, Cayo Lara sabe que su lugar es Izquierda Unida, y dentro de la coalición, el PCE, un partido con un siglo a sus espaldas que no puede desaparecer en el limbo político a causa de la emergencia de una nueva formación sietemesina que hoy puede estar arriba y mañana abajo, debido a la volatilidad actual del voto español.

La lealtad de Cayo Lara y su fidelidad al partido le honran. Bien pudiera aprender Julio Anguita de él, ahora que gusta de soltar sermones desde el sofá de su casa en Córdoba, pidiendo la aglutinación con Podemos del que consiguió 21 diputados en el Congreso. Y bien pudiera Gaspar Llamazares tener el mismo arrojo de Cayo Lara, saber que es un lastre y coger e irse a casa, o a pasar consulta privada con su licenciatura en Medicina, en lugar de seguir abriendo heridas y corrientes nuevas -Izquierda Abierta de Piernas, suponemos- con sabor añejo. Quién nos diría que en este espacio íbamos a elogiar a Cayo, pero lo cortés no quita lo valiente.

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