miércoles, 8 de abril de 2015

La Infanta que no sabe leer

Cristina de Borbón y Grecia, la Infanta Cristina, no sabe nada. Nunca lo supo. Ella se sentaba en su silla ergonómica, cruzaba las piernas, le entraban —en el despacho, me refiero—, le colocaban papeles delante y ella firmaba. Nunca preguntó qué firmaba. Lo hacía sin chistar un "mentís por la gola" o un "vive Dios que me mentís y te coso el hígado", que diría la Reina Isabel la Católica en un arrebato justiciero. Huelga decir que en términos jurídicos, su defensa en el caso Nóos es lo más notable que puede hacer. De lo contrario, no le quedaría más opción que reconocer la verdad: que su papel en el instituto era el mismo que el de su marido, Iñaki, y el del matrimonio Torres, que es repartir el lucrativo papel de contratos públicos utilizando un entramado de organizaciones sin ánimo de lucro como el Instituto Nóos y Aizón, donde la Infanta tiene su participación. Y de paso, reformar el chalé de Pedralbes para salir en el Vanity Fair.

El caso es que la Infanta Cristina, que intenta hacerse la longuis e interpretar el papel de choni de barrio que no sabe leer ni escribir, estudió en los mejores colegios -para algo es Infanta y su padre Rey- y desempleó cargos en empresas como La Caixa y la UNESCO. Es decir, que de tonta tiene lo justo, salvo que en realidad no sea Borbón y proceda de la rama del último Austria. Desmontada la coartada, que es ilógica pero requiere de una evidencia jurídica para desmontarla, es vox populi que la Infanta Cristina miente como una bellaca para salvar su propia gola, mientras deja a su marido con los gorgojos colgando por los juzgados.

No pasa nada. Doña Cristina, como Infanta, es intocable, diga lo que diga la Constitución Española sobre la igualdad de todos los españoles. Pero no lo es tanto su marido, que lleva las de perder junto a Diego Torres. Y también es evidente que la Casa Real juega en una liga paralela donde políticos, secretarios y magistrados del Tribunal Supremo lamían la bota empalmada de un Duque muy juguetón con el dinero del erario público, mentando el nombre del Rey -no sabemos si en vano o no- para morder un buen trozo en el reparto de un glorioso pastel. Véanse, al respecto, las declaraciones de Jaume Matas.

Nada nuevo bajo el sol desde la España de los Austrias, desde luego. Nuestro país siempre ha sido paraíso del trepa, del vago y del chulo de putas. El Duque de Palma profesa las tres religiones. Pero han pasado siglos y aquel pueblo leal y supersticioso es ahora desleal y vertiginoso. Y además, mantiene los malos humos, caldeados por la bravura de los tiempos. Por eso, en todo este berenjenal de Infantas que firman sin conocer y se ríen de España a la cara, intentando hacernos creer que tiene un problema de endogamia peor que el de Carlos Segundo, quien más tiene que perder no es Doña Cristina, sino su hermano. Y es por eso que Felipe VI debe aplicarse mejor que Juan Carlos I si no quiere que su cuello baile en la soga. Al fin y a la postre, puede que su hermana firme, sin saberlo, como viene siendo habitual en una estudiante del máster de Relaciones Internacionales por la Universidad de Nueva York, su ejecución pública.

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