martes, 17 de marzo de 2015

El pedo de José Bono

José Bono es más inoportuno que un pedo en un ascensor. Siempre lo fue, lo sigue siendo y puedo afirmar categóricamente que lo seguirá siendo. Pero para el otrora Ministro de Defensa y uno de los jefazos del aquelarre socialista, todo vale, cuescos incluidos, para malvender unas pusilánimes memorias que no interesan a nadie. Porque de José Bono se conoce hasta la talla de sus calzoncillos -usa la L- gracias a su filia por los platós de televisión. Pendonea aquí y allá, sacando oro líquido de su nueva juventud a cuenta de taquígrafos. 

No soy muy pródigo para las memorias de los políticos. Una vez leí las de José María Aznar porque me encontré el libro a un euro en un mercadillo y pensé que me volvían los pálpitos y me cortaba la respiración. Así que tampoco voy a leer las de José Bono. Ni las de Rodríguez Zapatero. Ni las de Casares Quiroga. Ni las de Carmen de Mairena. La mejor biografía de un político es la hemeroteca que queda tras sus acciones de Gobierno, la cual, en el caso de Bono, es ingente. Pero es más aun interesante la dualidad de su hipotético socialismo estando del lado de Rodríguez Zapatero en el Consejo de Ministros o de su inexistente patriotismo, sonriendo al Presidente que pactó la disgregación territorial, la Nación de naciones, el nuevo Estatuto de Autonomía de Cataluña y el prólogo de la balcanización de España.

Ahora, años después, cuando le sopla el viento de sotavento y lleva en volandas el pedo de su ascensor, José Bono dice congraciarse con la verdad. Y revela documentos secretos, y dice que Rouco Varela mandaba SMS, y se reúne con Pablo Iglesias poniendo la zancadilla a Pedro Sánchez, y desvela que Artur Mas y Rodríguez Zapatero jugaban a redactar novelas negras que presentaron a la sociedad como Estatutos, porque no sabe muy bien cómo recuperar el protagonismo perdido. Como Felipe González, José Bono es un jarrón chino, muy simpático para adornar, pero con tal forma y fondo que no vale ni para sostener un ramo de mimosas en los primeros estertores de la primavera. Y en un último intento por resultar simpático y bonachón, airea sus cuescos verbales en recintos cerrados para que los demás olamos su perfume.

En tamaña stuación, alguien debería decirle a José Bono que sus miserias no importan a nadie. Que si le gusta escribir, que se decante por los sonetos. O que empiece a pintar paisajes. Que empiece por pintar Seseña al óleo. O un retrato de El Pocero al carboncillo. Él, tan socialista de salón y talonario, tan católico de comulgar con pan de molde, tan crítico con el aeropuerto de Castellón y tan silencioso con el de Ciudad Real. José, querido José, en boca cerrada no entran moscas. Tu tiempo ya pasó. Deja a Pedro que haga su trabajo. Bien o mal, lo dirá el futuro. Y si no te gusta, afíliate a Podemos y sigue tirando pedos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario