lunes, 23 de febrero de 2015

Los cojines de Rodrigo Rato

Hubo un tiempo en el que Rodrigo Rato era el dueño del cotarro, el jefe de la jet set banquaria, el puto amo. Fue Vicepresidente segundo del Gobierno y Ministro de Economía en los gobiernos de José María Aznar, y poco después pasó a dirigir el Fondo Monetario Internacional con ávida tozudez. Su carrera profesional continuó entre un mar de sonrisas, levantando el pulgar y repicando campanillas de latón como Presidente de Bankia, instantánea perdurable en la imagen colectiva. Pero su sino, igual que ascendió hasta límites insospechados, cayó hasta las más profundas y nauseabundas alcantarillas con los innumerables escándalos asociados a su gestión en la entidad bancaria, cuya cúspide parece tener forma de tarjeta black.

Aun con tamaña mala suerte, por llamarlo de alguna manera, Rato parece querer mantener su orgullo en lo alto de una picota, evitando exponerse a los mordiscos de los cuervos, ávidos de sacarle hasta el líquido de los ojos. En su último movimiento, incluso nos hemos reído a mandíbula batiente en torno a una mesa con un café, el cual, entre tanto estertor, acabó por los suelos, mientras los comensales de otras mesas se preguntaban qué diantres nos pasaba. Y es que Rodrigo Rato acaba de reclamar 380 euros en la Oficina Municipal de Gijón, su ciudad adoptiva, a una costurera que le extravió dos cojines. Cojines, con i latina, de una herencia familiar que había mandado reparar en verano, y que, ante la prolongada ausencia del propietario, la costurera depositó en un contenedor de ropa usada, con la cristiana idea de que sirvieran de asiento a culos más nobles.

Se dice en los mentideros que Rato, conociendo los pormenores de sus cojines, montó en cólera, y que no le quedó sino reclamar un dinero paupérrimo en la Oficina Municipal porque, como ustedes saben, es un hombre de pocos recursos y no puede llegar a fin de mes sin esos 380 euros. El problema está en que, si quiere recuperar sus cojines, debe realizar una trazabilidad que ya quisieran muchas industrias alimentarias. Y es que, desde el contenedor de ropa usada, los cojines pervivieron hasta las últimas Navidades en el Rastrillo de la Parroquia de San Antonio de Padua, a quien rogamos que vele por los cojines de Rato. 

Preguntada por la Policía Local, la organizadora del Rastrillo afirmó haber vendido los cojines, que,  después de media herencia juntos, fueron separados como siameses en una operación quirúrgica: el uno recayó en manos de una señora que afirmó comprarlo «como cama para su perro». El otro fue adquirido por una mujer de etnia gitana, cuyo noble culo ahora encuentra reposo en un cojín de largo y tortuoso recorrido. Y es que no todo el mundo puede decir que su culo encuentra mohín asiento en el cojín de Rodrigo Rato, figura emergente del Partido Popular y de la economía internacional hasta que conocimos su afición al licor y a las prostitutas.

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