jueves, 12 de febrero de 2015

Don Tomás & The PSM Band

Ayer despertábamos con la noticia de que Pedro Sánchez sacaba pecho y cortaba la cuajada del PSM. Tal y como le recomendaba un servidor hace un par de días: que entrara con una katana en Ferraz y cercenara cabezas de viejos díscolos, empezando por Rodríguez Zapatero y José Bono. El caso es que rodaba la cabeza de Tomás Gómez por las redacciones de los periódicos cuando el susodicho salía a un estrado, estirado, galán cuan portugués, a despotricar contra Pedro. Igual que un niño de teta cuando lleva las notas a los padres y dice que suspendió porque «el profesor le tiene manía», igual que el pichafloja cuando no se le levanta y echa la culpa a los psicofármacos, Tomás echó balones fuera —algún balón le dio en el ojo a un periodista— y puso a parir a los presentes. «Pedro, hijoputa, caca, pedo, culo, pis», le faltó decir.

A su vera, José Antonio Carmona, alcaldable de Madrid. Como es ignífugo, dice poner las dos manos sobre las ascuas, en un intento por demostrar la inocencia de Tomás —Don Tomás a partir de ahora, no vaya a tacharme de aguirrista—. Ya puestos a quemar extremidades, me pregunto por qué las manos y no los pies. Detrás de Don Tomás, palmeros con complejo de periquitos, cuello arriba, cuello abajo. Cuidado con la artrosis, Maru. Entre todos afilaron cuchillos, sierras y material de matarife. «Vamos a por ti, Pedro, cabrón, caca, pedo, culo, pis», vinieron a decir, porque según la cúpula del PSM, Tomás es el Mesías, los domingos comen su cuerpo y su sangre y todo el guirigay es ilegal. Vamos, que Tomás —perdón, Don Tomás— merece un respeto. ¡Qué respeto! Merece ir bajo palio por la Gran Vía y desayunar una lubina a la plancha en Casa Lucio todos los miércoles. Lubina a buen ser de Tazones.

Todos hemos pedido en miles de ocasiones que las cúpulas de los partidos políticos sean menos benevolentes con la mínima sospecha de corrupción. Les hemos pedido crueldad, sangre, sudor, vísceras y hematuria cuando circulaban por corrillos y mentideros que Fulanito había trincado dinero. Y justo cuando el Fiscal emite unas conclusiones sobre el caso judicial del tranvía de Parla, Pedro Sánchez —reconozco que cada día me cae mejor— hace lo que debe hacer un Secretario General. Matarlos a todos, que Dios los seleccione y pulsar el botón de reset. No basta con descabezar una organización, sino también apartar a todo el equipo capaz de respaldar al corrupto.

Lo más chusco del asunto es ver a un perdedor innato como Tomás —perdón, Don Tomás—, otrora invicto alcalde de su cama de nido, torpe parlamentario, hinchando la pechera y poniendo su testiculera por sombrero, hablando de conspiraciones «de la derechona en consonancia con PRISA y Rubalcaba» sin que se eche a reír de sus propias ocurrencias de patán patético, y atrincherándose en la sede del PSM como el POUM en la Barcelona de 1936. A pesar de ser expulsado —quizás porque Pedro Sánchez sabe más de lo que conoce la opinión pública—, Don Tomás podría haberse marchado digno, elocuente y sensato, dando una rueda de prensa en la que explicaba su renuncia por estar en el punto de mira de la Justicia. Al fin y a la postre, uno sospecha de un sobrecoste de más de cien millones de euros en las obras de un tranvía, cuando incluso la Comunidad de Madrid escribía al Ayuntamiento para para que frenara las obras y las supliera por nuevas líneas de autobús.

Por el contrario, Don Tomás eligió el envite en una rueda de prensa con el aire enrarecido de andrógenos, arropado por una decena de palmeros que asentían hasta cuando les hacía comer un cuesco —cuánto daño hacen los palmeros— y señalando con los dedos de las manos —y de los pies— a todo cuanto se moviera. Aplausos, aplausos y más aplausos. Con semejante banda de payasos lamiendo mis botas, yo me creería ser Marlon Brando. Dentro de unos días, cuando pase la tormenta y las rotativas pongan el ojo en otras noticias, quedarán rémoras de lo que fue evidente: que Pedro Sánchez, conociendo de primera mano las sospechas del PSM, hizo lo correcto y que Tomás & The Band, con sus palmas, sus berrinches, sus papagayos y sus elocuentes ayes y arsas, hicieron un monumental ridículo grabado para la posterioridad en las hemerotecas. Lo cual no me sorprende en absoluto de Tomás, harto de hacer el ridículo en la Comunidad de Madrid, pero sí de Antonio Carmona, a quien tenía por un político más elocuente.

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