jueves, 11 de diciembre de 2014

Congresos a la búlgara

Abril de 2008. Mariano Rajoy se presenta a la reeleción como candidato del Partido Popular para unas segundas elecciones generales. Las anteriores las había perdido un 14-M, tres días después el fatal atentado de Atocha que acabó con la vida de 192 personas. En aquel momento, un joven Rodríguez Zapatero se aupó al poder aunque encuestas previas daban victorioso a un PP aun quemado con casos como el hundimiento del Prestige o la guerra de Iraq. Con la caló propia de abril en tierras valencianas, Rajoy comparece ante los micrófonos de un estrado rodeado de compañeros de partido. No lleva corbata, su gesto es adusto y reafirmante. Rajoy agita una mano, mira al frente y dice: «Si alguien se quiere ir al partido liberal o al conservador, que se vaya». A alguno le da un patatús, pero una ovación cerrada -¿cómo serán las ovaciones abiertas?- clausura el congreso del Partido Popular y sentencia al partido de muerte, que deja de tener una ideología clara y precisa después de ocho años de aznarismo. Se abre el coto de caza para gente como María San Gil, Esperanza Aguirre y Jaime Mayor Oreja para prisorizar el partido, para darle un lavado de cara y convertirlo en un centro-derecha näif. Es un congreso a la búlgara, sin candidatos que puedan contradecir al carismático, cariacontecido y carituresco líder, que emana el licor de la victoria mientras levanta los brazos y exhibe las axilas.

Noviembre de 2014. Pablo Iglesias se presenta como candidato a la secretaría general de su partido. Unas pocas semanas antes se forma su partido, Podemos, en una asamblea constituyente en el Palacio Vistalegre de Madrid. Todo son ovaciones cerradas -¿cómo serán las ovaciones abiertas?-. Una seguidora da a Pablo un azote en el culo que le impulsa al estrado. Pablo sube al estrado victorioso: su candidatura organizará la primera asamblea de Podemos con un 86% de los votos. Una vez realizada la asamblea, Pablo se convierte en secretario general de Podemos con un 90% de los votos, y sus acólitos, presentes en una lista cerrada, copan los principales puestos del partido. Su principal rival en materia de organización, Pablo Echenique, que prefería organizar el partido con varios secretarios, decide no presentar candidatura. Para qué, pues quién si no la candidatura de Pablo va a copar los puestos políticos del partido de Pablo. No hay sitio para Trotskis.

Es Podemos. El partido que iba a tomar las decisiones de abajo arriba, de forma asamblearia, contando con el parecer de las bases, de los ciudadanos, de una forma distinta de entender la política, más cercana a la plebe. Ahora las asambleas, los círculos locales, ya perdieron interés. No tienen ninguna potestad organizativa. Se decidió que la toma de decisiones la decidiese Pablo. Pablo dice "digo" y la gente aclama: "¡Claro que digo!". Y Pablo dice "Diego" y la plebe exclama: "¡Claro que Diego!" o "Uy, qué miedo le tenéis a Diego". Todo depende de lo que Pablo saque por la tráquea. Pablo habla del pueblo soberano, del pueblo decide, de que si el pueblo obladí, de que si el pueblo obladá. Pero los votos son para Pablo. Porque son Pablo y su equipo quienes salen en televisión y quienes llevan impreso el logotipo de Podemos en la frente. Podemos Inc. Podemos trademark. De hecho, el rostro de Pablo es trademark en las papeletas del partido en las elecciones al Parlamento Europeo. ¿Quién si no iba a dirigir Podemos? ¿El Círculo de Enfermería? ¿El Círculo de Terapias Naturales? Pues no, oigan, no estuvo Pablo maquinando su ascenso al poder durante casi diez años para que vengan ahora circulitos fantasmas a arrebatarle el dulce caramelo que saborea con bouquet a Moncloa.

En 2008, Mariano Rajoy fue aclamado líder indiscutible del Partido Popular. Los que ahora le levantan la voz en el seno de su partido, antes aplaudían con las orejas y bailaban sardanas con tacones de aguja. En 2014, Pablo Iglesias fue aclamado líder indiscutible de Podemos, una nueva formación que dice situarse en las antípodas del Partido Popular. Pero la distancia entre unos y otros no es tan amplia. Ambos gustan de modelar congresos a la búlgara, una fórmula caucásica de elegir al Líder, donde o bien solo hay un candidato que señalar con el dedo índice, caso del Partido Popular, o bien se disfraza la elección de un único candidato con una votación cuyo resultado es sabido de antemano, caso de Podemos. En cualquier situación, es un fraude a la Democracia.

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