viernes, 12 de diciembre de 2014

La noche de los mensajes cortos

Revisitar los días posteriores al 11-M es doloroso. Muchos recordamos con tristeza los atentados de Atocha que cercenaron la vida a 192 personas. Pero otros no solo hablan del 11-M sin ningún tipo de dolor, sino que se pavonean utilizando el dolor de las víctimas para encender una llama de indignación en la sociedad española, pervertirla y usarla contra el Gobierno en un día de reflexión. Apenas veinticuatro horas antes de abrir los colegios electorales, comenzaron a circular SMS en los que se llamaba a sitiar las sedes del Partido Popular. Práctica noble el asedio donde las halla, especialmente si existiere casus belli. Pero en pleno siglo XXI, el casus belli es apenas un recuerdo borroso de la Edad Media, y las concentraciones en sedes del Partido Popular no solo boicotearon una jornada de reflexión, sino que fueron una deslealtad hacia las víctimas del terrorismo y hacia el dolor de sus familiares. Nunca la izquierda española en su larga historia fue tan vil, tan despreciable y tan mezquina. 

Arcadi Espada la llama la noche de los mensajes cortos. Una reminiscencia de la Kristallnacht de 1938, en la que se desató una ferviente locura antisemita en el seno de la Alemania nazi. Entre ambos momentos históricos, diez años después de los atentados, pulula Pablo Iglesias, que en una entrevista reciente con Iñaki Gabilondo se autoproclama creador del SMS. Mientras Pablo saca pecho de su ingenuidad, Iñaki se agazapa, sonríe y deja que Pablo se crezca en su egolatría. Hablamos de Iñaki, cuya profesionalidad como periodista feneció horas después del 11-M al alertar desde su micrófono de la SER sobre «fuentes antiterroristas que apuntaban la posibilidad de que un terrorista se haya inmolado en uno de los trenes». Iñaki, que dio pábulo al maquiavelismo radiofónico y participó de la conjura contra el Gobierno de José María Aznar con el fin premeditado de dar sepultura y misa de réquiem al Partido Popular. Iñaki Gabilondo, asalariado del Grupo PRISA y batuta de la orquesta sinfónica de un golpe de Estado para arrebatar el poder al Partido Popular, a quien encuestas de la propia SER daban como vencedor en las elecciones, utilizando las cloacas del Estado y la muerte de casi dos centenares de personas de una forma ruin, asquerosa, deleznable, repugnante y vomitiva.

Diez años después, cada 11-M, sigo recordando con dolor a las 192 víctimas. Soy un ciudadano más, usuario habitual de Renfe, que podría haber estado en esos trenes si viviera en Madrid. No existe el día en que vea u oiga un ferrocarril y recuerde las atroces imágenes de esa nublosa mañana de marzo en la que España perdió la poca dignidad que aun guardaba. Sin embargo, otros se regocijan frente a las cámaras, entre tiernas y cándidas sonrisas de enamorados, de haber gestado el golpe de Estado asediando sedes del Partido Popular. En otro país, en otro Estado medianamente civilizado, políticos de derechas y de izquierdas hubieran respaldado al Gobierno en cualquier toma de decisiones, aunando fuerzas para consolar a las víctimas y uniéndose para una lucha conjunta contra el terrorismo, fuese del cariz ideológico que fuese. Pero como anunciaba Manuel Fraga décadas atrás, Spain is different, y aquí se lleva más la escabechina de los cadáveres en caliente para lanzarlos contra sedes de un partido político. Muy democrático. Muy europeísta. Muy civilizado. Me pregunto si Iñaki Gabilondo, Pablo Iglesias y todos los conspiradores que intentaron sacar provecho de 192 cadáveres pueden dormir tranquilos.

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