miércoles, 26 de noviembre de 2014

Fonoteca: The Endless River


No sé a qué viene tanto revuelo ni tanta crítica mordaz. The Endless River, el nuevo disco de Pink Floyd, es tal y como lo publicitó David Gilmour en su momento: el canto de cisne de Richard Wright. Un verdadero deleite para los que creíamos que Pink Floyd podía ser más que el salvaje egocentrismo de Roger Waters, a quien, cierto es, debemos también obras maestras de la música como The Wall y Animals. Vale que Pink Floyd tuvo su etapa de gloria con Roger Waters. Pero su creciente ímpetu en el control artístico, que culminó con The Final Cut, no hace que el grupo al completo pase por el filtro de Waters. Su partida a mediados de la década de 1980 convirtió al grupo en un trío, suficiente para obrar dos gemas musicales como A Momentary Lapse of Reason y The Division Bell, donde Gilmour se desenvolvió extremadamente bien como líder del grupo.

Mentiría si dijese que mis discos favoritos son los de la etapa de Roger Waters. Seré extremadamente raro, pero prefiero escuchar The Division Bell a The Wall o a Wish You Were Here. Quizás porque ambos estén muy escuchados y uno siempre encuentra momentos ocultos de gran deleite en obras menores. En cualquier caso, también he de confesar que, si hay que establecer dicotomías en el seno del grupo, soy más seguidor de David Gilmour que de Roger Waters. Y ese porqué está en The Endless River, que demuestra quién fue el verdadero talento de Pink Floyd: Richard Wright.

The Endless River no solo suena a punto y final a uno de los mejores grupos del siglo XX, sino a un homenaje sincero a Wright, cuyo teclado luce por enésima vez como componente principal de la música de Pink Floyd. Escuchar la progresión de temas de The Endless River es un verdadero disfrute, un deleite para los oídos, con temas como «Autumn '68» donde Wright es sinónimo definitivo de Pink Floyd. ¿De verdad un oyente de Pink Floyd, después de escuchar este álbum, echa de menos a Waters? ¿Y de verdad es necesario poner el grito en el cielo porque The Endless River sea un disco instrumental, a excepción de su último tema, «Louder Than Words»? Nunca sobraron más las palabras en un disco como en este canto de cisne, y nunca se complementó mejor la guitarra de Gilmour con los teclados de Wright desde los tiempos de Wish You Were Here y Animals, de quienes hay reminiscencias más que claras en temas como «Allons-Y (1)» y «Allons-Y (2)».

El nuevo trabajo de Gilmour y Mason, usando las cintas sobrantes de The Division Bell, es posiblemente el mejor trabajo que Pink Floyd ha facturado desde The Wall. Supera con creces a su predecesor y aporta frescura al catálogo musical del grupo, estableciendo un nexo con aquellos épicos trabajos psicodélicos de comienzos de la década de 1960 como Ummagumma y Atom Heart Mother. Los críticos pueden decir misa: la sorpresa de encontrarse con un nuevo disco de Pink Floyd ha sido extremadamente positiva, y la musicalidad del álbum en su conjunto, que ralla la perfección, gana con sucesivas escuchas, a medida que uno presta más atención a la aportación póstuma de Wright, deseando que no hubiese un solo The Endless River, sino varios más, para seguir disfrutando del genio de Wright, Mason y Gilmour. Por mí, Roger Waters puede irse a freir puñetas mientras siga habiendo grabaciones de Richard Wright en un cajón. Porque The Endless River es de una belleza tan entrañable que sitúa al trabajo de Gilmour, Mason y Wright como uno de los mejores trabajos discográficos de 2014.

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