lunes, 17 de noviembre de 2014

Sobre Podemos y procesos constituyentes

Por fin vamos conociendo el programa de Podemos. En su reciente investidura como secretario general de su partido, Pablo Iglesias abogó por abrir un proceso constituyente, aludiendo al derecho a decidir para romper la concepción de una «España agresiva que dice a los ciudadanos qué lengua deben hablar y qué tienen que sentir». Esto es, en pocas palabras, abolir la Constitución de 1978 y redactar una nueva, partiendo desde un cero absoluto, y no una reforma de títulos o apartados en particular. Mientras la suma de todos los partidos, desde PSOE hasta UPyD, pasando por Ciudadanos y partidos nacionalistas, están en la vía de una posible reforma constitucional dentro del marco creado en 1978, Podemos se enmarca en un grave anticonstitucionalismo que revisita la confrontación y el revanchismo, en un intento de hacer creer a la gente que la Constitución es sinónimo de un Régimen caduco o propiedad del bipartidismo. Y es que detrás de las palabras de Pablo Iglesias se esconde un lobo con piel de cordero que intenta amedrentar a la sociedad, alegando que nuestra Constitución no nos garantiza derechos, deberes y libertades, cuando sí lo hace, y que debe partirse de un papel en blanco para redactar una nueva Carta Magna. A las pruebas me remito: basta que echéis una lectura a la Constitución para que sepáis qué derechos y libertades se nos reconoce a la ciudadanía.

Debido a ello, cuando un dirigente de Podemos proclama que la Constitución Española debe ser abolida para abrir un proceso constituyente, o cuando Pablo Iglesias la califica como «ese papelito» o un «candado que hay que abrir», la gente, y en especial todo potencial votante de Podemos, debe preguntarse: «¿Qué tiene de malo la Constitución Española?». La respuesta es sencilla: nada. La Constitución Española es garantía de nuestros derechos, deberes y libertades, de un régimen democrático y constitucional que abogó por la convivencia entre todos los españoles después de medio siglo de garrotazos y de sangre derramada. Que permitió pasar «de la Ley a la Ley a través de la Ley», como afirmaba Torcuato Fernández-Miranda, sin abrir un cisma sangriento en la Historia de España. Que reconoce la pluralidad lingüística y territorial de nuestro país, por lo que tampoco puede calificarse como arma de una España agresiva. Y puede -y debe- reformarse para adaptarse a nuevas realidades de la ciudadanía siguiendo la vía de partidos constitucionalistas: varias y muy diversas opciones a elegir por el ciudadano en el marco del constitucionalismo, como PSOE, UPyD, Ciudadanos y demás, pero que en absoluto comparten en Podemos.

Gente como Pablo Iglesias o Juan Carlos Monedero deben generar cierto recelo en la sociedad cuando hablan continuamente de procesos constituyentes. Es lógico que la sociedad sufra un hastío importante por la ineficacia de PP y PSOE a la hora de poner coto a la corrupción y de solucionar los problemas de la ciudadanía. Pero esa sociedad también tiene que ser consecuente con sus actos y votar con inteligencia: en el marco de nuestra Democracia hay una amplia variedad de partidos, y aunque hay mucho que hacer, determinadas materias deben discutirse de forma muy sosegada, conociendo muy bien los detalles de la misma y llegando a consensos para que sean duraderas. Una de ellas es nuestra Constitución. Nuestros padres y nuestros abuelos dejaron atrás rencores y odios pasados para construir nuestro futuro en un marco pacífico y de convivencia, y no construyeron una régimen democrático para echarlo abajo cuarenta años después.

Por eso está en nuestras manos ceder el testigo a políticos y partidos constitucionalistas que abogan por el reformismo o, por el contrario, cedérselo a Podemos, que, en un símil muy entendible, prefiere cambiar los muebles de la cocina derruyendo los cimientos de la casa. En nuestras manos vuelve a estar el construir nuestro futuro siguiendo el ejemplo de nuestros padres. Valorando lo bueno de España y consensuando lo reformable entre todos. La otra opción, la vía Podemos, es volver a cometer los errores del pasado, reabrir viejas heridas y generar un proceso constituyente que abriría un nuevo cisma en la sociedad española, como si no tuviéramos bastante con una crisis económica y política. No demos pábulo a quienes abogan por redactar una nueva Constitución: la Carta Magna de 1978 es el mejor marco de convivencia que España ha tenido y tendrá jamás, que nos ha otorgado los años de mayor estabilidad social de nuestra historia, y puede reformarse sin echarla por tierra, permitiendo que dure tantos años como las Constituciones de otros Estados. Seamos sensatos y demos la espalda a la escabechina que pretenden realizar Pablo Iglesias y compañía con la Transición, la etapa de mayor gloria de nuestro país.

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