Por fin vamos conociendo el programa de Podemos. En su reciente investidura como secretario general de su partido, Pablo Iglesias abogó por abrir un proceso constituyente, aludiendo al derecho a decidir para romper la concepción de una «España agresiva que dice a los ciudadanos qué lengua deben hablar y qué tienen que sentir». Esto es, en pocas palabras, abolir la Constitución de 1978 y redactar una nueva, partiendo desde un cero absoluto, y no una reforma de títulos o apartados en particular. Mientras la suma de todos los partidos, desde PSOE hasta UPyD, pasando por Ciudadanos y partidos nacionalistas, están en la vía de una posible reforma constitucional dentro del marco creado en 1978, Podemos se enmarca en un grave anticonstitucionalismo que revisita la confrontación y el revanchismo, en un intento de hacer creer a la gente que la Constitución es sinónimo de un Régimen caduco o propiedad del bipartidismo. Y es que detrás de las palabras de Pablo Iglesias se esconde un lobo con piel de cordero que intenta amedrentar a la sociedad, alegando que nuestra Constitución no nos garantiza derechos, deberes y libertades, cuando sí lo hace, y que debe partirse de un papel en blanco para redactar una nueva Carta Magna. A las pruebas me remito: basta que echéis una lectura a la Constitución para que sepáis qué derechos y libertades se nos reconoce a la ciudadanía.
Debido a ello, cuando un dirigente de Podemos proclama que la Constitución Española debe ser abolida para abrir un proceso constituyente, o cuando Pablo Iglesias la califica como «ese papelito» o un «candado que hay que abrir», la gente, y en especial todo potencial votante de Podemos, debe preguntarse: «¿Qué tiene de malo la Constitución Española?». La respuesta es sencilla: nada. La Constitución Española es garantía de nuestros derechos, deberes y libertades, de un régimen democrático y constitucional que abogó por la convivencia entre todos los españoles después de medio siglo de garrotazos y de sangre derramada. Que permitió pasar «de la Ley a la Ley a través de la Ley», como afirmaba Torcuato Fernández-Miranda, sin abrir un cisma sangriento en la Historia de España. Que reconoce la pluralidad lingüística y territorial de nuestro país, por lo que tampoco puede calificarse como arma de una España agresiva. Y puede -y debe- reformarse para adaptarse a nuevas realidades de la ciudadanía siguiendo la vía de partidos constitucionalistas: varias y muy diversas opciones a elegir por el ciudadano en el marco del constitucionalismo, como PSOE, UPyD, Ciudadanos y demás, pero que en absoluto comparten en Podemos.
Gente como Pablo Iglesias o Juan Carlos Monedero deben generar cierto recelo en la sociedad cuando hablan continuamente de procesos constituyentes. Es lógico que la sociedad sufra un hastío importante por la ineficacia de PP y PSOE a la hora de poner coto a la corrupción y de solucionar los problemas de la ciudadanía. Pero esa sociedad también tiene que ser consecuente con sus actos y votar con inteligencia: en el marco de nuestra Democracia hay una amplia variedad de partidos, y aunque hay mucho que hacer, determinadas materias deben discutirse de forma muy sosegada, conociendo muy bien los detalles de la misma y llegando a consensos para que sean duraderas. Una de ellas es nuestra Constitución. Nuestros padres y nuestros abuelos dejaron atrás rencores y odios pasados para construir nuestro futuro en un marco pacífico y de convivencia, y no construyeron una régimen democrático para echarlo abajo cuarenta años después.
Por eso está en nuestras manos ceder el testigo a políticos y partidos constitucionalistas que abogan por el reformismo o, por el contrario, cedérselo a Podemos, que, en un símil muy entendible, prefiere cambiar los muebles de la cocina derruyendo los cimientos de la casa. En nuestras manos vuelve a estar el construir nuestro futuro siguiendo el ejemplo de nuestros padres. Valorando lo bueno de España y consensuando lo reformable entre todos. La otra opción, la vía Podemos, es volver a cometer los errores del pasado, reabrir viejas heridas y generar un proceso constituyente que abriría un nuevo cisma en la sociedad española, como si no tuviéramos bastante con una crisis económica y política. No demos pábulo a quienes abogan por redactar una nueva Constitución: la Carta Magna de 1978 es el mejor marco de convivencia que España ha tenido y tendrá jamás, que nos ha otorgado los años de mayor estabilidad social de nuestra historia, y puede reformarse sin echarla por tierra, permitiendo que dure tantos años como las Constituciones de otros Estados. Seamos sensatos y demos la espalda a la escabechina que pretenden realizar Pablo Iglesias y compañía con la Transición, la etapa de mayor gloria de nuestro país.
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