sábado, 1 de noviembre de 2014

Reflexiones sobre la corrupción

Se puede decir, literalmente, que el Partido Popular está de mierda hasta el cuello. Con la operación Púnica en marcha, Francisco Granados en prisión preventiva y desfiles de varios alcaldes por los juzgados en pleno Halloween, compañeros de partido que antes ponían la mano en el fuego por sus camaradas ahora prefieren la tibieza de unas declaraciones sordas o los silencios monásticos. Cierto es que otros partidos, por no decir todos, tienen sus respectivos Bárcenas, Ratos y Matas. El Partido Socialista con su Magdalena Álvarez y sus ERE, Izquierda Unida con su Ángel González y CiU con el clan Pujol son algunos ejemplos de que la corrupción no entiende de derechas ni de izquierdas. Pero esta reflexión no pretende ahondar en el "y tú más" tan habitual en los debates, ya que quien gobierna gracias a diez millones de votos es el Partido Popular, y por ello, el más interesado en frenar los casos de corrupción que campan a sus anchas por territorio español. Con una mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados, el PP tarda en poner sobre la mesa un plan de emergencia, con o sin un pacto con otros partidos, para frenar la corrupción política: algo que, a priori, parece sencillo con medidas y reformas como el endurecimiento de penas contra el fraude fiscal, la contratación de más inspectores de Hacienda y una mayor agilidad en las instrucciones de los casos, dotando a los jueces de los instrumentos necesarios. Todo ello en el marco de una reforma mayor que separe realmente los poderes políticos. Reformas, por cierto, que ya adelantó Esperanza Aguirre hace unos días.

Sin embargo, lo que en primera instancia parece fácil de realizar, se convierte en una utopía cuando se topa con las paredes de Génova, detrás de las cuales se aisla Mariano Rajoy para no escuchar las voces de la gente. Paredes de hormigón, cemento y ladrillo que encierran a políticos tecnócratas con problemas crónicos de sordera, que bajan las persianas de su despacho y no ven la realidad de la calle. En una situación de emergencia social, el Partido Popular sigue presa de los números y confía todo su mandato a la recuperación económica, sin saber que la población está preocupada por el paro y ve en la ingente corrupción política un casus belli al que aferrarse con uñas y dientes para echarlos del poder.

Cortar de inmediato los casos de corrupción con unas reformas fiscales y judiciales es lo mínimo que puede hacer Rajoy tras la enésima operación judicial contra los ladrones que esquilman nuestra Nación. Sin embargo, también huelga decir que llega demasiado tarde. Muy tarde. Que el hastío general de la sociedad es tan grande que cualquier movimiento que haga Rajoy va a ser visto como electoralista. Y no les sobra razón. Porque cuando diez millones de personas confiaron el 20-N en el Partido Popular, fue para que realizara las reformas administrativa, fiscal y judicial que España necesita desde hace veinte años, entre otras tantas. Reformas que nunca llegaron o que empeoraron en lo que se avistó como una tercera legislatura zapateril, con mandobles para torear al contribuyente y estoques para seguir jodiendo la marrana mientras los unos se llevaban el dinero fresco y los otros miraban de reojo o daban la espalda.

Y es que, querido Mariano, puedes irte con viento fresco a otra parte, consciente de que tu partido, o lo que queda de él, ha traicionado a una sociedad entera que ya no confía en la vieja política. Que gracias a tu inmovilismo no solo el Partido Popular queda arrastrado por el fango, sino que con él te llevas, gracias a la labia de la demagogia barata de Podemos y a tu incapacidad para encarar un debate o una entrevista, requerimiento mínimo para un cargo público, el prestigio de la Democracia que políticos más valientes y con más principios que tú lograron restaurar hace casi cuatro décadas. Ahora, en pleno siglo XXI, nos encontramos en otra encrucijada con el auge de extremos políticos a los que una parte de la sociedad se aferran como única vía de salida a un panorama socioeconómico sin parangón. Una situación de la que tú, Mariano, tienes buena parte de responsabilidad, por no limpiar la mierda de tu propia casa, como Presidente del PP, y la del país, como Presidente del Gobierno.

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