jueves, 30 de octubre de 2014

El futuro del PSOE

La elección de Pedro Sánchez como nuevo secretario general del Partido Socialista no parece despertar el ánimo de sus votantes. Las últimas encuestas electorales reflejan que la renovación dentro del PSOE y la convocatoria de primarias no le reportan un aumento en el número de votos, y que incluso empata en intención de voto directa con Podemos, según refleja El Mundo. Es inequívoco que la irrupción de Podemos en el espectro político arrebata votos de un sector descontento del PSOE escorado a la izquierda, pero la estrategia electoral del Partido Socialista lleva tocada y hundida antes del auge de Pérez Rubalcaba como secretario general. De hecho, Rubalcaba no era el problema, sino la continuación de la incógnita. El problema del Partido Socialista es y será siempre la herencia de Rodríguez Zapatero.

Desde su elección como Presidente del Gobierno tras las elecciones de 2004, Zapatero ha sido la principal contrariedad del PSOE y el enigma de su sucesivo declive y desgaste a lo largo de la década. Perdonen la expresión, pero un mentecato de la catadura moral de Zapatero en la Presidencia del Gobierno fue la puntilla que acabó con España, la vía de agua que terminó de hundir el barco en el fondo del panorama internacional y el génesis de la actual situación de descrédito institucional que amenaza nuestra Democracia. A modo de resumen muy sucinto, cabe recordar tres aspectos, por citar unos pocos: su política internacional, con el desarrollo de la Alianza de Civilizaciones a partir de un sueño efímero en una noche de terrores nocturnos; la política estatal, con reformas estatutarias que no solo no frenaron el nacionalismo sino que han fomentado abiertamente el independentismo; y una política económica ligada al destrozo de la economía nacional, con un ingente aumento del gasto público que se transforma en un déficit actual de más de un billón de euros, así como una tasa de desempleo del 21%. Nada baladí para siete años de Gobierno en los que también hubo engaños masivos a la ciudadanía y casos de corrupción mientras Zapatero prometía el pleno empleo y la regeneración democrática.

Tres años después de su retirada de la primera línea política, el PSOE sigue sufriendo el efecto Zapatero porque mantiene las mismas posturas ideológicas de Zapatero. Ni más ni menos. Y es que lo que ha llevado al Partido Socialista a la friolera de 110 diputados en las últimas elecciones generales, después de que Felipe González consiguiese más de doscientos, es su ambigüedad en múltiples materias, especialmente en otra de sus estrategias políticas ligadas al pacto del Tinell y a la alianza con partidos nacionalistas con el objetivo de arrinconar al Partido Popular en varias Comunidades Autónomas. Como si el PP fuera un apestado al que liquidar y no un posible aliado en alguna materia en común. Y es que, desde un principio, Zapatero se dispuso como líder de un frente de izquierdas con el PP como enemigo común, escorando su espectro político desde el centro-izquierda socialdemócrata hacia un socialismo ye-yé ligado a la izquierda radical en determinadas materias. Ello llevó, de forma lógica, a que el electorado centrista, y con ello el principal caladero de votos, abandonara el PSOE, y que éste se nutriera de descontentos de formaciones minoritarias de izquierdas que favorecieron su ascenso al poder. 

Sin embargo, ocho años después de una política errante, los votantes de izquierdas volvieron a sus respectivos feudos, y más aun teniendo en cuenta la presencia actual de Podemos en el espectro político. Y sin un intento claro de regresar al centro-izquierda, el PSOE tiene un problema importante: la incapacidad de llegar a un elector socialdemócrata que no entiende la deriva radical de un partido que pasó de gobernar y modernizar España en los tiempos de Felipe González, con sus pros y sus contras, a denostarlo con reformas estatutarias, redefiniciones del Estado y engaños masivos a la ciudadanía. Al respecto, basta recordar los eufemismos de Zapatero para definir una crisis económica en ciernes que se llevó por delante miles de puestos de empleo y la falta de previsión del sujeto en cuestión para sortear los baches.

Ese es, a mi entender, el quid de la cuestión. El retorno al centro político. El retorno a una socialdemocracia europeísta, después de siete años de ensayos errados y anacronismos varios. Reconocer abiertamente que el zapaterismo fue una etapa absurda de la que el partido debe renegar para volver a conectar con el electorado. Que hizo más mal que bien al partido y al país y que se pueden mejorar España mediante reformas consensuadas. Algo que tiene que tener en cuenta Pedro Sánchez si no quiere ser una versión 2.0 de Rodríguez Zapatero, si no quiere acabar liquidando su propio partido y convirtiéndolo en un mal apéndice de Podemos, que sube en las encuestas mientras el PSOE sigue sin definir, a un escaso año de las elecciones generales, sus principales líneas de acción para la regeneración democrática. Como si Sánchez supiese de antemano que un partido que gobernó España durante 21 años nunca más fuese a liderar el país.

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