Risto Mejide se equivoca. En su entrevista a Joaquín Sabina, el maestro de Úbeda se dejó
pisar por el descomunal ego de Mejide, que se alzó en árbitro espontáneo de su trabajo musical. Durante la charla, medio recostado en un sofá, Mejide preguntó al
músico si el nuevo disco sería de la talla de 19 días y 500 noches o como los siguientes. Sabina rió y le dio la razón, pero yo
se la quito. Dejando de lado Alivio de luto y Vinagre y rosas, en
una larga década de sobresaltos, depresiones y reapariciones, Sabina también
parió una obra maestra a la altura de Dímelo en la calle. Quizás Risto sea
demasiado mainstream y se dedique a decir lo habitual en su tribu urbana:
citar el disco más vendido del músico en cuestión y hacer creer que conoce el
tema. O quizás sea la subjetividad del sujeto, que gusta más de escuchar «19 días y 500 noches» o «Cerrado por derribo», como si no
estuvieran demasiado escuchadas, y menoscabar el trabajo anterior y siguiente. Sin embargo, me decanto más por la primera opción,
porque es conocido que en Risto pesa más el personaje que su inteligencia.
Dímelo en la calle,
relegado por Mejide a la papelera de reciclaje, es un trabajo a tener en cuenta
en una revisión biográfica de Sabina. A nivel musical iguala a 19
días y 500 noches, y a nivel creativo lo supera con creces. Solo el hecho de
incluír «La canción más hermosa del mundo» y «Peces de
ciudad», dos de sus mejores composiciones desde tiempos inmemoriales, lo
convierten en una escucha obligatoria para sabineros y gente que navega por
primera vez las aguas de su discografía. Y aunque adolece de momentos de escasa
lucidez y de autocomplaciencia, se disfruta más que 19 días en sus
momentos más jocosos con «El café de Nicanor» e incluso con «Semos diferentes», su aportación a la saga de Torrente, o en
momentos más rockeros como «Vámonos p'al sur» y «Lágrimas de
plástico azul».
En cualquier caso, cuando
una canción o un disco como 19 días y 500 noches es repetido ad
nauseam por la mass media como la obra cumbre de un músico, tal y
como hizo Risto, siempre es preferible rebuscar en los cuadernos del artista para ver
con mejor perspectiva. Porque al final se suele encontrar algo mejor, una canción desconocida que merece la pena y que escuchas una y otra vez, preguntándote por qué diantres no la habías encontrado antes. Para
ello, uno puede irse a Enemigos íntimos, su disco con Fito Páez, o a los
primeros y ambiguos años de voz de destilería. Un servidor se queda con Dímelo en la
calle, un trabajo con el que Sabina parecía desprenderse de la larga sombra
de 19 días y de una etapa de claroscuros que no se dislumbran en lo
musical. Un disco que merece al menos una escucha atenta y displicente, porque
Sabina no empieza ni acaba con 19 días y 500 noches. Que Risto se quede con él, que uno lo tiene demasiado escuchado y le resulta muy cansino.
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