Después de tanto intríngulis, habemus coalición. O confluencia, vaya
usted a saber. Pablo Iglesias y Alberto Garzón escenificaron ayer la
unión con un abrazo en Sol. Detrás de Alberto, un cartel rezaba: "Todo
tesoro tiene un precio". Enigmático, cuanto menos. El caso es que, a
falta de que las 'bases' ratifiquen el acuerdo, Garzón e Iglesias
parecen haber fumado la pipa de la paz. O quizás Garzón haya tomado un
trankimazín para arrastrar mejor los malos recuerdos del pasado. El
Pitufo Gruñón se ha convertido en Pitufo Camarada y ambos parecen
dispuestos a dar el 'sorpasso' al PSOE -algo que, al menos nosotros, no
tenemos muy claro que se vaya a producir- y a ganar al PP -cosa que ni
de lejos ocurrirá porque Mariano ya tiene hecha la campaña electoral con
la carraca del voto útil-.
De ahora en adelante, el casi millón
de votos debería sumarse a los cinco millones que Podemos sacó en las
elecciones del 20-D. Sin embargo, uno se pregunta qué tendrá más peso en
la balanza de la coalición: si su capacidad de movilizar parte del voto
abstencionista o la pérdida de votos de una vieja guardia en contra del
acuerdo con el partido morado. Es decir, el poder de convocatoria de un
partido bicéfalo -aunque con una cabeza, la de Iglesias, más prominente
que la de Garzón- o quizás todo lo contrario, el enfado de quienes ven a
Alberto aunando fuerzas con quien le insultaba hace apenas seis meses.
Porque, todo hay que decirlo, no son pocas las voces dentro de IU
discrepantes con ver a su líder dejando de ser aspirante a Presidente
del Gobierno para quedar en una lúgubre quinta posición dentro del
partido de Iglesias. Todo hubiera sido más fácil si Iglesias se hubiera
mordido la lengua antes de haber llamado a Garzón «izquierdista tristón»
y de haberlo condimentado en una sabrosa «salsa de estrellas rojas»,
entre otras lindezas. Pero ya sabemos cómo se las gasta Pablo cuando
sube a un atril y empieza a rapear como si estuviera en un concurso de
hip-hop.
También es interesante ver cómo Podemos ha dado un giro
de 180 grados en su estrategia sobre la famosa «transversalidad», ahora
perdida al abrazar el ala comunista de IU. Pablo ya no puede machacar al
personal con esa magna idea de ser el partido de «los de abajo» al
quedar enclaustrado dentro del tradicional eje izquierda-derecha, y
tampoco puede hacer uso de su lucha contra la «casta», al abrazar al
tradicional partido-muleta del PSOE durante cuarenta años de tramolla
democrática.
Los cambios son significativos y deberían dar que
pensar a muchos. Diluir unas siglas con treinta años de historia en una
alianza forjada en apenas una semana, con un partido de dos años de
vida, sin un largo y sosegado debate, aprisa y corriendo, no va a sentar
bien en algunas casas, digan lo que digan los referendos. Y menos aun
cuando las cicatrices de aquellas puñaladas de Iglesias a Garzón aun no
han supurado en la mente de algunos.
Pero la política es así de
extraña, y cuando de por medio está la posibilidad de alcanzar el poder,
hace extraños compañeros de cama. En el caso de IU y Podemos, el
cortejo entre ambos es natural porque son dos piezas del mismo puzzle.
Pero quizás la presencia del mensaje que dice eso de "todo tesoro tiene
un precio" detrás de Garzón, ayer en la Plaza del Sol, no sea casual.
Que ya nos conocemos el show business de Pablo Iglesias.
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