Dice Ferrer Molina que si la Policía sorprendiese hoy a Jordi Pujol
abriendo la caja fuerte del Banco de España con una media calada en la
cabeza y distribuyese las imágenes de la captura, el acontecimiento
sería recibido con displicencia en buena parte de Cataluña con la frase:
«Otro ataque más al procés».
A un sector de la población
catalana le da igual que el clan Pujol esté en el punto de mira
judicial: lo vinculan a un ataque del 'Estat espanyol' para cercenar la
identidad nacional. Tampoco parece importarles que el pago de
comisiones, de entre el 3 y el 5%, fuese una práctica común en los años
de Pujol. Lo avisó Pasqual Maragall en el Parlament, pero todo quedó en
agua de borrajas, oculto en una senyera que al poco tiempo pasó a ser
estelada. Para ese sector tampoco son de vital importancia las
donaciones a CatDem, la fundación de Convergéncia, a cambio de contratos
públicos.
Para qué nos vamos a engañar: ese sector de catalanes
no se diferencia tanto de los españoles que respaldan con su voto a los
partidos de los ERE o de la Gürtel. Pero mientras en el resto del país
funciona la sonora pandereta del «y tú más», en Cataluña se tapan las
corruptelas con la bandera y se pone en marcha el 'procés' como cota de
mallas contra la desdicha, contra la desazón del 'Estat opressor',
contra la vil maquinaria 'feixista' de Madrid, 'Espanya ens roba' y
todas esas letanías. Un hecho insólito, el refugiarse en el
sentimentalismo y en la caduca ideología nacionalista, nunca visto desde
mediados del siglo XX.
El sentimiento independentista, el querer
formar un ente social independiente de otro grupo mayor, puede ser
legítimo y libre en cualquier sociedad civilizada y madura. El que firma
estas palabras, aun sabiendo que el dogma no siempre es aplicable a la
práctica, respeta la libertad individual de asociación y de
desasociación, incluso a la hora de construir y deconstruir Estados,
aunque parezcan palabras mayores.
Pero usar el independentismo
como maquinaria de agit-prop para tapar las vergüenzas toreras de la
corrupción, teniendo de líder del 'procés' al delfín del clan Pujol, es
una auténtica calamidad, un desafío a las leyes de la lógica y un signo
de la podredumbre de una sociedad sumida en la ceguera ideológica. Y que
sea precisamente Convergéncia, el partido del 3%, de los casos Palau,
ITV y Banca Catalana, quien lidere el 'procés', deja entrever una falta
de compromiso de la sociedad con la ética y la decencia política. Una
sociedad comprometida con la ética no permitiría que Artur Mas estuviese
donde está, chulo y prepotente en sus actos de insumisión, esquivando
las preguntas del resto de formaciones en el Parlament.
Si la
sociedad quiere consentir esa clase de independencia liderada por la
corrupción sistémica de la extinta CiU, el fraude, además de Ley, es
histórico; un autoengaño masivo de parte de los catalanes, los
asistentes a la Diada, que en su mayoría serán votantes de Junts Pel Sí,
que prefieren vendarse los ojos antes de ver la timorata realidad de su
Parlament, la podredumbre de un régimen autonómico que ha servido
durante más de tres décadas para llevarse el dinero a Ginebra, como buen
patriota suizo, y echar la culpa al 'Espanya ens roba'.
Los
catalanes ya no tienen solo el problema del 3%, que diría Pasqual
Maragall, sino un problema de hipnosis, de sugestión, en el que no son
capaces de discernir la mentira en la han sido envueltos por su clase
política durante tres décadas. A modo de ejercicio mental, imaginen la
situación de cualquier otra zona de España donde se destapasen casos de
corrupción de similares cuantías, y al día siguiente, su Presidente
aclamase a voz en grito que pondrán en marcha un 'procés' de
independencia porque están siendo perseguidos por la Justicia española y
porque el Estat les roba.
Aun así, a pesar de la crispación
social y del envenenamiento mediático, de la pesada carga de las
alforjas hasta el 27-S, el mensaje de la sociedad española es claro y
sabe separar el juicio a los políticos catalanes del apoyo sistemático a
la sociedad catalana. El primero está dicho con anterioridad; el
segundo, el mensaje a la sociedad en su conjunto, independientemente de
su ideología, es que no queremos que os vayáis, que no entendemos España
sin Cataluña porque sois parte de la historia común, de nuestro bagaje
cultural e histórico; que no queremos un enconamiento ni un
enfrentamiento guerracivilista; que queremos buscar puntos de
confluencia y no de desencuentro, de entendernos y de mirar hacia el
futuro, construyendo juntos el camino a seguir trazado en la misma
Constitución que también ratificásteis con vuestro voto, y que dejen de
engañaros haciéndoos creer que los ataques a Mas, Junqueras y compañía
son agravios o injurias a los catalanes; y que hoy, al igual que hace
siglos, Cataluña es sinónimo de hispanidad, y que desgajar Cataluña de
España es solo la última venganza de una clase política, la catalana,
manipuladora y caciquil, que ha usado la senyera para tapar el camino
que lleva desde la Generalitat hasta el HSBC de Ginebra.
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