sábado, 12 de septiembre de 2015

Después de la Diada

Dice Ferrer Molina que si la Policía sorprendiese hoy a Jordi Pujol abriendo la caja fuerte del Banco de España con una media calada en la cabeza y distribuyese las imágenes de la captura, el acontecimiento sería recibido con displicencia en buena parte de Cataluña con la frase: «Otro ataque más al procés».

A un sector de la población catalana le da igual que el clan Pujol esté en el punto de mira judicial: lo vinculan a un ataque del 'Estat espanyol' para cercenar la identidad nacional. Tampoco parece importarles que el pago de comisiones, de entre el 3 y el 5%, fuese una práctica común en los años de Pujol. Lo avisó Pasqual Maragall en el Parlament, pero todo quedó en agua de borrajas, oculto en una senyera que al poco tiempo pasó a ser estelada. Para ese sector tampoco son de vital importancia las donaciones a CatDem, la fundación de Convergéncia, a cambio de contratos públicos.

Para qué nos vamos a engañar: ese sector de catalanes no se diferencia tanto de los españoles que respaldan con su voto a los partidos de los ERE o de la Gürtel. Pero mientras en el resto del país funciona la sonora pandereta del «y tú más», en Cataluña se tapan las corruptelas con la bandera y se pone en marcha el 'procés' como cota de mallas contra la desdicha, contra la desazón del 'Estat opressor', contra la vil maquinaria 'feixista' de Madrid, 'Espanya ens roba' y todas esas letanías. Un hecho insólito, el refugiarse en el sentimentalismo y en la caduca ideología nacionalista, nunca visto desde mediados del siglo XX.

El sentimiento independentista, el querer formar un ente social independiente de otro grupo mayor, puede ser legítimo y libre en cualquier sociedad civilizada y madura. El que firma estas palabras, aun sabiendo que el dogma no siempre es aplicable a la práctica, respeta la libertad individual de asociación y de desasociación, incluso a la hora de construir y deconstruir Estados, aunque parezcan palabras mayores. 

Pero usar el independentismo como maquinaria de agit-prop para tapar las vergüenzas toreras de la corrupción, teniendo de líder del 'procés' al delfín del clan Pujol, es una auténtica calamidad, un desafío a las leyes de la lógica y un signo de la podredumbre de una sociedad sumida en la ceguera ideológica. Y que sea precisamente Convergéncia, el partido del 3%, de los casos Palau, ITV y Banca Catalana, quien lidere el 'procés', deja entrever una falta de compromiso de la sociedad con la ética y la decencia política. Una sociedad comprometida con la ética no permitiría que Artur Mas estuviese donde está, chulo y prepotente en sus actos de insumisión, esquivando las preguntas del resto de formaciones en el Parlament.

Si la sociedad quiere consentir esa clase de independencia liderada por la corrupción sistémica de la extinta CiU, el fraude, además de Ley, es histórico; un autoengaño masivo de parte de los catalanes, los asistentes a la Diada, que en su mayoría serán votantes de Junts Pel Sí, que prefieren vendarse los ojos antes de ver la timorata realidad de su Parlament, la podredumbre de un régimen autonómico que ha servido durante más de tres décadas para llevarse el dinero a Ginebra, como buen patriota suizo, y echar la culpa al 'Espanya ens roba'.
Los catalanes ya no tienen solo el problema del 3%, que diría Pasqual Maragall, sino un problema de hipnosis, de sugestión, en el que no son capaces de discernir la mentira en la han sido envueltos por su clase política durante tres décadas. A modo de ejercicio mental, imaginen la situación de cualquier otra zona de España donde se destapasen casos de corrupción de similares cuantías, y al día siguiente, su Presidente aclamase a voz en grito que pondrán en marcha un 'procés' de independencia porque están siendo perseguidos por la Justicia española y porque el Estat les roba.

Aun así, a pesar de la crispación social y del envenenamiento mediático, de la pesada carga de las alforjas hasta el 27-S, el mensaje de la sociedad española es claro y sabe separar el juicio a los políticos catalanes del apoyo sistemático a la sociedad catalana. El primero está dicho con anterioridad; el segundo, el mensaje a la sociedad en su conjunto, independientemente de su ideología, es que no queremos que os vayáis, que no entendemos España sin Cataluña porque sois parte de la historia común, de nuestro bagaje cultural e histórico; que no queremos un enconamiento ni un enfrentamiento guerracivilista; que queremos buscar puntos de confluencia y no de desencuentro, de entendernos y de mirar hacia el futuro, construyendo juntos el camino a seguir trazado en la misma Constitución que también ratificásteis con vuestro voto, y que dejen de engañaros haciéndoos creer que los ataques a Mas, Junqueras y compañía son agravios o injurias a los catalanes; y que hoy, al igual que hace siglos, Cataluña es sinónimo de hispanidad, y que desgajar Cataluña de España es solo la última venganza de una clase política, la catalana, manipuladora y caciquil, que ha usado la senyera para tapar el camino que lleva desde la Generalitat hasta el HSBC de Ginebra.

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