jueves, 27 de agosto de 2015

De agresiones y silencios

Parece que el ambiente en España se caldea por momentos y la violencia tiende a propagarse como método de coacción. Hace unos días, Inma Segui, presidenta de Vox en Cuenca, sufría una agresión física a manos de tres individuos al grito de «fascista». Tres individuos que, sin nada mejor que hacer, la esperaban a las ocho de la mañana a la puerta de su casa para verla salir y arrearle varios golpes. Como quien va a jugar una partida de mus o queda para ir de copas, hay tres desgraciados por las calles de Cuenca que tienen la violencia hacia un político como método de diversión, como si las palabras en un Parlamento o en un Congreso no fueran suficientes y fuese necesario acudir a los garrotazos de Goya -gracias a Dios muy lejanos- para solucionar los problemas.

Es cierto que la clase política, y en especial lo que algunos llaman «la casta», sufren un descrédito y un desapego por parte de cierto sector de la población española. Pero en ningún caso es lícito acudir a la violencia como método común para amedrentar la vida de un político, sea del partido y de la ideología que sea. En la mente atribulada de esta gentuza, que se tildarán de antifascistas cuando en realidad persiguen lo que son, es de suponer que dar puñetazos a Inma, y para más inri a una mujer, es la forma de conseguir unos fines políticos muy anticuados y licuados en la memoria colectiva europea.

Pero en la realidad, en una sociedad libre, plural y democrática, la única opción posible y viable es la convivencia pacífica entre personas con diferentes sentimientos ideológicos, sin que la violencia sea nunca excusa para una agresión física. Si queremos ser plenamente demócratas, hemos de entender que no toda la sociedad tiene un único planteamiento ideológico o político, y que en el pluralismo está el verdadero elixir de una sociedad madura y democrática. Actos violentos como la agresión a Segui demuestran que, por muy aislados que sean, hay personas propensas a llegar a los garrotes, y que en situaciones de ese calibre, el apoyo de todos los partidos y formaciones políticas condenando la agresión debe ser unánime, sin que exista el más mínimo resquicio que sirva para legitimar la violencia.

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