miércoles, 7 de enero de 2015

La tercera legislatura de Zapatero

Con la última soflama mariana sobre la ley del aborto, el Partido Popular vuelve a traicionar a sus votantes, retornando al redil del acomplejamiento y dando marcha atrás en proyectos que recogía su programa electoral y por el cual sus militantes y simpatizantes votaron al partido. Y no es la primera vez. Con la excusa de la herencia recibida, Rajoy traicionó los principios de su partido y subió impuestos como el IVA y el IRPF, dañando a la clase media en un arrebato recaudador que tiene a Cristóbal Montoro por cabecilla ideológico. También hablaba de una regeneración que no ve sus frutos, porque Mariano está más cómodo en el inmovilismo y el continuismo como para afrontar la reforma fiscal y administrativa que España necesita urgentemente. Y a pesar de la propaganda de los recortes, mantiene unas políticas de gasto público que superan el billón de euros en deuda de las Administraciones Públicas, lo cual representa casi el 100% del PIB. ¿Es necesario seguir enumerando contradicciones como la política antiterrorista? ¿Qué pasa con la excarcelación de Josu Bolinaga por razones humanitarias, si dos meses después sigue en la calle vivo y coleando? ¿Qué piensa hacer con el exacerbo independentista de Cataluña y el ardid del 9-N? ¿Qué hay de la reforma fiscal? ¿Qué de la modernización administrativa? Un denso silencio contesta a las preguntas mientras Mariano mira a otro lado.

A pesar de no ser votante del PP, sé reconocer que los españoles le otorgaron una amplia mayoría absoluta en las elecciones del 20-N, y como demócrata, acato la voluntad de la mayoría de ciudadanos, que respaldaron al Partido Popular como castigo de unas políticas socialistas que llevaron al país al abismo económico y a una tasa de paro inimaginable apenas tres años antes. Pero Rajoy parece supeditado no a la voluntad de diez millones de votos, sino al exacerbo de las calles que se autoproclaman mayoría social —¿cómo se contabiliza la mayoría social?— para mantenerse de brazos cruzados. No establece una reforma territorial porque nacionalistas e independentistas salen a la calle. No reforma la Sanidad porque sale una marea blanca a la calle. Tampoco establece una reforma administrativa porque los funcionarios lo eufemizan como recortes. Y así con todo. Pues Mariano debe entender, si es que no lo entiende, que aunque a mí no me guste esa reforma, tiene que emprenderla porque así lo suscribió la mayoría de los españoles en 2011. Ni más ni menos.

Sin embargo, Rajoy parece dispuesto a seguir el camino trazado por su predecesor, Rodríguez Zapatero, en la mayoría de las políticas: territorial, administrativa, fiscal, económica, social... Tras lo cual me pregunto seriamente si de verdad quien gobierna es un tal Mariano Rajoy o un títere de las políticas socialistas. Porque en el PP parece que se ha instaurado un temor a cualquier tipo de manifestación, por supuesto libre en el marco legal y constitucional, pero no necesariamente capaz de amedrentar la política y secuestrar la voluntad del Parlamento porque se autoproclama con superioridad ética y moral. O lo que es lo mismo, una izquierda pancartera y radicalizada que intenta ganar en las calles lo que no es capaz de ganar en las urnas.

Por eso, por engañar a su electorado, por tergiversar su programa por enésima vez, es normal que el Partido Popular caiga en picado en las encuestas electorales de cara a las futuras elecciones generales de 2015. Si Pedro Arriola se conforma con llegar al 25% de los votos después de secuestrar la voluntad y el ideario de su partido, adelante. En el fondo, a mí me importa un rábano el Partido Popular. Que se hundan en el fango, se revolquen en el barro y escarben en la tierra buscando trufas. A mí lo que me importa es que España siga siendo sinónimo de un Estado de Derecho y del bienestar, una Democracia con valores y principios que Mariano Rajoy y sus acólitos han traicionado siguiendo las proclamas socialistas de los tiempos de Zapatero. Después de diez años, nos damos cuenta de que el tejemaneje pimpinelesco entre Zapatero y Rajoy era una pantomima y que eran lo mismo. Que no existe una herencia recibida sino heredada con muy buen gusto por parte del Partido Popular, que en vez de aplicar los principios del conservadurismo y liberalismo europeístas, se mueven en la ambigüedad dependiendo de cómo se mueve la calle. Una calle que, haga lo que hagan los dirigentes del PP, nunca va a votar a Rajoy.

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