miércoles, 15 de octubre de 2014

Locales, urnas y papeletas

Pedro Sarriá acude al bar Las Locas de las Ramblas el 9 de noviembre. "Ponme un pacharán y una papeleta", dice al camarero, golpeando la barra de zinc. "¿No quieres un pincho de tortilla?", le pregunta Antón, el camarero. "¿Francesa o española?". "Española". "No, mare de Deu, no estoy tan loco", le espeta. Antón Pirulero le pone una caña de cerveza y una papeleta con las preguntas del referéndum-consulta por la independencia de Cataluña. Pedro se lamenta. "Joder, Antón, te dije un pacharán", le contesta malhumorado. Antón se lleva las manos a la cabeza, vuelve sobre sus pasos portando la caña, se la bebe de un trago tras mirar de reojo por si le espía alguien -la mitad se le cae por su camisa blanca- y le sirve a Pedro un pacharán. Antón ve a Pedro muy concentrado en la papeleta, como si no entendiera la pregunta, leyendo por lo bajini el enunciado. "Vol que Catalunya esdevingui un Estat?, vol que aquel Estat sigui independent?", se pregunta a sí mismo. "¡Claro que sí!", brava Mercedes, Merche la Putilla para los del barrio, al otro extremo de la barra, poniendo la oreja al soliloquio de Pedro. "¡Claro que sí y que sí, Antón, coyons!".

Pero Pedro, que moja sus labios en la copa de pacharán, no lo tiene tan claro. Se pone las gafas y tantea con la punta del bolígrafo ambas respuestas, como si estuviese rellenando una quiniela. "Vamos a ver, Merche, es que yo quiero que Cataluña sea un Estado no independiente". A Antón se le cae un vaso. A Merche, una teta postiza, que resbala entre servilletas dobladas y mondadientes. "¡Españolista!", le espeta Merche. "Merche, tranquiliza, mujer", dice Antón, más sereno, y a renglón seguido, mirando a Pedro, añade: "¿Ya vienes borracho a estas horas a mi tasca?". Pedro enarca una ceja y afirma que no, que es la primera de la tarde, y que tiene mucho trabajo, que su nieto se cagó, que no tiene pañales, que están muy caros y que no quiere ir a las tiendas Corty, así que le insta a que le deje en paz con sus consideraciones y le diga dónde está la urna.

"Al fondo, a la izquierda". Pedro levanta la vista, baja de la silla y se dirige por un pasillo sin luz. Abre la puerta donde lee "senyores" y entra. "¿Es aquí donde se vota?", pregunta Pedro. Una mujer le contesta con un grito, y mientras se coloca las bragas le abofetea y le dice guarro. Cuando la mujer marcha, Pedro mira detenidamente el local y, efectivamente, ve una urna, depositada en un canto del lavabo, debajo de un dispensador vacío de jabón. Pedro deposita su voto con precaución, dilatando el momento, disfrutando del proceso democrático. Respira profundo y sentencia: "Voté". No se extraña de la ausencia de apoderados de la mesa o de que no haya mesa electoral. Cuando se da media vuelta, ve a la mujer de antes entrar al WC y coger algo. Dice ruborizada: "Con el susto, me olvidé el bolso". Pedro se da cuenta entonces que, en la ventana, hay un póster de Artur Mas sujeto con chicle al marco. Sale del local de votación y vuelve a la barra. "Ponme otro pacharán", le dice a Antón. "¿Qué tal si tomas algo más catalán?", le pregunta el camarero. Pedro se lo piensa y dice: "Pues claro que sí. Ponme un Albariño. ¡Invito yo!". "¡Visca Catalunya lliure!", grita Merche. "¿Tú votaste?", le pregunta Pedro mientras moja los labios en el Albariño. "No, yo prefiero votar dentro de quince días", dice Merche, y eructa. Se coloca la teta postiza, coje un mondadientes del suelo y pica los berberechos en escabeche que Antón le puso de tapa. La oferta del día incluye cerveza, mejillones y consulta independentista por tres euros.

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