viernes, 12 de septiembre de 2014

Reflexiones tras la Diada


Resulta triste ver la ingente multitud de catalanes presentes en las calles de Barcelona con motivo de la Diada. Y digo que resulta triste porque la Diada debería ser una celebración de todos los catalanes y no un día politizado. Igual que nadie entiende un 8 de septiembre en Asturias o en Extremadura como marcapáginas de una agenda política, es triste y humillante ver la caída en picado que lleva a Cataluña al abismo, a la fractura social y política, al choque entre sectores de la población solo por una idea preconcebida de forma errónea: la independencia. No se trata solo del derecho a decidir, porque las leyes internacionales son claras al respecto. Tampoco de la tergiversación histórica de 1714 como fecha clave del envite nacionalista; quien quiera tiene los libros de Historia y es libre de conocerla sin que nadie le diga cómo pensar. Tampoco se trata del creciente fervor nacionalista e independentista de las últimas décadas derivada a golpe de una educación institucionalizada y del sometimiento de los medios de comunicación a la Generalitat. No seré yo quien juzgue al conde de Godó y a sus acólitos. 

Se trata de la ausencia de un sentimiento común con el resto de los españoles, de la incapacidad de formar parte de una sociedad plural y de convertirla en homogénea, de la destrucción de siglos de historia común por un despecho de políticos como Jordi Pujol, que han usado el sentimiento nacional como bayoneta, apuntando a un enemigo único: España. Y cabe recordar que España no es ningún enemigo. España, ese nombre que tanto intríngulis hace sentir a muchos, es nuestro hogar común, el lugar donde hemos nacido, donde, dentro de la identidad particular de España, compartimos un espacio común con hermanos de sangre desde hace más de medio milenio de historia. España es el espacio común de todos, vuestra tierra tanto como la mía, y ninguna jugada política puede levantar murallas o barreras donde siempre hubo, hay y habrá unión y sinergia.

Hoy, en un momento trascendental para la historia de Cataluña y del resto de España, a escasos dos meses de la celebrada fecha del 9-N, no queda sino rebatir los fatuos argumentos que elevan la discordia y la separación frente al entendimiento y la unión. Que los representantes políticos tanto catalanes como españoles no entiendan estos conceptos no significa que la sociedad sepa mejor cuál es la verdad. Y la verdad es la contraria a la que promueven partidos y asociaciones independentistas: que es más lo que nos une que lo que nos separa, que no debe existir un sentimiento de dicotomía entre lo catalán y lo español del mismo modo en que tampoco lo hay entre ser extremeño y español, gallego y español, vasco y español o andaluz y español. Porque aunque algunos se empeñen en pintar una España grande y libre de color gris marengo para sembrar odio y rememorar tiempos pasados, esa España ya no existe, mal que les pese a muchos. España en el siglo XXI, la España de las Autonomías, que a pesar del entente socialista es sinónimo de federalismo, es la suma de todos sus ciudadanos, y resulta absurdo levantar fronteras entre ellos coincidiendo con una era globalizadora.

El afán sospechosamente independentista que mueve a CiU y a Artur Mas, después de décadas de nacionalismo ambiguo, tiene que ser rechazado por los propios catalanes en otro afán unionista que vuelva a conectar a la sociedad catalana con el resto de los españoles. Cataluña no puede moverse a la deriva por una multitud manejada como rebaño por una casta política corrompida hasta el tuétano. Debe entender que los ataques a sus políticos no son ataques a la sociedad catalana, del mismo modo que criticar a Ana Botella no significa atacar a todos los madrileños. Y a partir de ahí, debemos volver a tender puentes entre regiones porque todos somos parte intrínseca de España, sin necesitar la intermediación de unos políticos inmovilistas a ambos lados del espectro. Existen vías intermedias y reformistas para adaptar la realidad catalana dentro del marco español, pero siempre siguiendo el camino emprendido en la Transición y optando por la concordia y el entendimiento. De lo contrario, el problema catalán no solo significará una ruptura política con España, sino que abrirá un cisma civil en el seno de su sociedad de proporciones desconocidas. Ir en un sentido u otro depende no ya de Artur Mas o de Mariano Rajoy, sino de la altura de miras de las sociedades catalana y española.

1 comentario:

  1. No sólo Cataluña está en el abismo. El problema de Cataluña es una nimiedad si lo comparamos con el resto de España, Europa y el resto de países civilizados que también están con el abismo abierto a sus pies..
    Tenemos el enemigo a las puertas. Y esos enemigos van con turbante, chilaba y una ametralladora en el hombro, además de una navaja cabritera para cercenar gargantas de infieles para luego colgar sus ejecuciones en Internet.
    Ese es el verdadero abismo.

    Por otra parte debo felicitarte por la perfecta disección tanto política como social que haces de la sociedad catalana. Tu post no admite fisuras. Yo diría que eres un analista político de primer orden con una certera visión de lo acontece en Cataluña. Lástima que los que allí gobiernan les falte el seny que tú posees.
    Un abrazo, mi querido y siempre recordado amigo.

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