Los irresolutos nostálgicos apegados a la naftalina del pasado
reviven hoy la bandera tricolor, en un intento vano por resucitar lo que
está muerto, pero a un republicano
normal debería importarle más bien poco las fechas conmemorativas de la
Segunda República, ese periodo convulso que sigue inmerso entre sus
tenues luces y su multitud de sombras, ya no es un espejo que dé fiel
reflejo del verdadero espíritu republicano.
Sin ánimo de hacer un panegírico sobre historia, la II República fue
indiscutiblemente un periodo caracterizado por la división de la
sociedad española en dos bandos irreconciliables y el enconamiento de
las ideologías políticas hacia sus extremos más rancios, mientras los
sucesivos gobiernos eran incapaces de imponer el orden público. Las
sucesivas revueltas anarquistas, la revolución del 34 en Asturias -con
el asesinato de una treintena de religiosos y la voladura de la Cámara
Santa y del paraninfo de la Universidad de Oviedo-, la proclamación del
Estado Catalán por Companys, el desorden público tras la victoria del
Frente Popular y el creciente anticlericalismo -que no laicismo-
materializado en la quema de iglesias, todo ello en apenas cinco cortos
años de historia, son algunas muestras evidentes de la falta de imperio
de la ley en una República que desde su nacimiento no fue bienvenida por
una izquierda cada vez más revolucionaria por considerarla 'burguesa'
ni por unos nacionalismos que no se contentaban con un simple estatuto
de autonomía.
No sabemos muy bien dónde encuentran algunos la
hermosura y la bizarría de esa algarabía política 85 años después de
aquellos tiempos. Y sin embargo son muchos los que parecen dispuestos a
meter el dedo en la llaga y reabrir las viejas heridas; a regresar al
enfrentamiento, a los bandos irreconciliables, al cuadro de Goya con dos
españoles medio enterrados en el barro y dispuestos a darse de
garrotazos; a resucitar al dictador cada dos por tres, porque en el
fondo su vida política no tiene sentido sin ese chivo expiatorio, sin
ese muñeco de vudú de voz atiplada al que clavar agujas. En definitiva, a
retroceder en el tiempo casi un siglo porque su única visión de futuro
para España pasa por el pretérito imperfecto, por el revanchismo, por
ganar la guerra perdida, por reescribir la historia.
El
sentimiento republicano en España sería normal si pasase por un debate
abierto sobre la forma de Gobierno de nuestro país. Pero los promotores
del republicanismo actual, a caballo entre Izquierda Unida y Podemos, ni
siquieran hablan sobre si quieren una república presidencialista o una
república bicéfala. No existe tal debate. Su única preocupación es
resucitar esa Segunda República llena de lagunas, división y
enfrentamiento; ese espejo roto en la historia de España que debería
quedar en los libros de historia y que muchos tratan de reanimar sin
saber que lo muerto no puede revivir.
Frente a ello, lo que
haría un republicano sería mirar hacia el futuro de España para crear un
proyecto de convivencia común e integrador sin la Casa Real en la
Jefatura de Estado, algo muy legítimo; pero ese futuro no pasa por
cambiar las banderas, modificar los himnos, mentar a Franco día tras día
o reactivar la guerra de trincheras y la división irreconciliable entre
españoles, que es lo que supone emular los tiempos de una Segunda
República fallida. Porque tal y como dijo Ortega y Gasset: «Una cantidad
inmensa de españoles que colaboraron al advenimiento de la [Segunda]
República con su acción, con su voto o con lo que es más eficaz que todo
eso, con su esperanza, se dicen ahora, entre desasosegados y
descontentos: "¡No es esto, no es esto!"». Y es que, en realidad, la II
República no es precisamente el ejemplo a seguir en una república.
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