martes, 10 de mayo de 2016

Todo tesoro tiene un precio


Después de tanto intríngulis, habemus coalición. O confluencia, vaya usted a saber. Pablo Iglesias y Alberto Garzón escenificaron ayer la unión con un abrazo en Sol. Detrás de Alberto, un cartel rezaba: "Todo tesoro tiene un precio". Enigmático, cuanto menos. El caso es que, a falta de que las 'bases' ratifiquen el acuerdo, Garzón e Iglesias parecen haber fumado la pipa de la paz. O quizás Garzón haya tomado un trankimazín para arrastrar mejor los malos recuerdos del pasado. El Pitufo Gruñón se ha convertido en Pitufo Camarada y ambos parecen dispuestos a dar el 'sorpasso' al PSOE -algo que, al menos nosotros, no tenemos muy claro que se vaya a producir- y a ganar al PP -cosa que ni de lejos ocurrirá porque Mariano ya tiene hecha la campaña electoral con la carraca del voto útil-.

De ahora en adelante, el casi millón de votos debería sumarse a los cinco millones que Podemos sacó en las elecciones del 20-D. Sin embargo, uno se pregunta qué tendrá más peso en la balanza de la coalición: si su capacidad de movilizar parte del voto abstencionista o la pérdida de votos de una vieja guardia en contra del acuerdo con el partido morado. Es decir, el poder de convocatoria de un partido bicéfalo -aunque con una cabeza, la de Iglesias, más prominente que la de Garzón- o quizás todo lo contrario, el enfado de quienes ven a Alberto aunando fuerzas con quien le insultaba hace apenas seis meses.

Porque, todo hay que decirlo, no son pocas las voces dentro de IU discrepantes con ver a su líder dejando de ser aspirante a Presidente del Gobierno para quedar en una lúgubre quinta posición dentro del partido de Iglesias. Todo hubiera sido más fácil si Iglesias se hubiera mordido la lengua antes de haber llamado a Garzón «izquierdista tristón» y de haberlo condimentado en una sabrosa «salsa de estrellas rojas», entre otras lindezas. Pero ya sabemos cómo se las gasta Pablo cuando sube a un atril y empieza a rapear como si estuviera en un concurso de hip-hop.

También es interesante ver cómo Podemos ha dado un giro de 180 grados en su estrategia sobre la famosa «transversalidad», ahora perdida al abrazar el ala comunista de IU. Pablo ya no puede machacar al personal con esa magna idea de ser el partido de «los de abajo» al quedar enclaustrado dentro del tradicional eje izquierda-derecha, y tampoco puede hacer uso de su lucha contra la «casta», al abrazar al tradicional partido-muleta del PSOE durante cuarenta años de tramolla democrática.

Los cambios son significativos y deberían dar que pensar a muchos. Diluir unas siglas con treinta años de historia en una alianza forjada en apenas una semana, con un partido de dos años de vida, sin un largo y sosegado debate, aprisa y corriendo, no va a sentar bien en algunas casas, digan lo que digan los referendos. Y menos aun cuando las cicatrices de aquellas puñaladas de Iglesias a Garzón aun no han supurado en la mente de algunos. 

Pero la política es así de extraña, y cuando de por medio está la posibilidad de alcanzar el poder, hace extraños compañeros de cama. En el caso de IU y Podemos, el cortejo entre ambos es natural porque son dos piezas del mismo puzzle. Pero quizás la presencia del mensaje que dice eso de "todo tesoro tiene un precio" detrás de Garzón, ayer en la Plaza del Sol, no sea casual. Que ya nos conocemos el show business de Pablo Iglesias.

miércoles, 4 de mayo de 2016

Confluir o morir en el intento

En menos de cinco meses, la 'confluencia' pasa de estar rota a ponerse otra vez en marcha. Atrás quedan los tiempos en los que Pablo Iglesias llamaba de todo menos bonito a Alberto Garzón. Más atrás quedan los tiempos donde Iglesias, por entonces asesor de Izquierda Unida, pedía un puesto en las listas del partido a las elecciones europeas. Atrás queda su salida y el auge y apogeo de Podemos en un abrir y cerrar de ojos. Atrás, en el albur de los tiempos, quedan las declaraciones de amor y odio en sentido unidireccional, porque Garzón al menos no tiene esa mala baba que escupe el líder de la formación morada. Ya saben, que si Pitufo Gruñón, que si la izquierda ceniza, tristona y amargada, que si la bandera nosequé, que si los caucos nosecuánto, que si patatín y patatán. Por ahí anda esa loable carta de Iglesias a Izquierda Unida con menos de un año de vetustez.

Garzón parece haber olvidado los puñales y los piolets clavados en la espalda, y aun con la herida sin supurar, sigue intentando 'confluir', como si los partidos fueran ríos destinados a juntarse y acabar su vida en la mar, como quien intenta subirse a un coche en marcha y acaba rodando por el firme de la carretera. En ese percal está con su referéndum a las bases de IU, con la certeza de que sus urnas le darán la razón, porque cuándo la militancia no ha dado su respaldo a la Palabra del Líder. Nunca, que recordemos.

Pero ello no quita que incluso dentro de IU afilen cuchillos, porque una cosa es la política nacional y otra la regional. Entre las voces discordantes, Gaspar Llamazares carga contra Podemos. Y viceversa, desde luego. El primero critica que Podemos en Asturias hace pinza con el PP dificultando la gobernabilidad de la región. Y tiene razón. Y el segundo critica que Llamazares apuntale al PSOE en la segunda y única región donde los socialistas ganaron las elecciones autonómicas, a pesar de los casos de corrupción que salpican al gabinete de Javier Fernández. Y tampoco les sobra razón.

Como ejemplo no está nada mal, pero no es un caso aislado y se repite en la geografía española. No obstante, a pesar de esas voces discordantes, de esos avisos sobre extraños compañeros de cama que llevan a Partido Popular y a Podemos a 'confluir' extraños intereses en distintos ayuntamientos y comunidades, el órdago a Izquierda Unida sigue adelante. Comenzó cuando Iglesias salió de IU por la puerta de atrás y cuando, con el rencor aun caliente, se hizo autónomo y montó su propio negocio, ese que gracias a la proyección mediática -esa misma proyección que luego critica- sobrepasó al padre putativo.

Hoy, el órdago sigue en marcha a través de Garzón y su desmedido interés por hacerse el harakiri, justo cuando parte de la sociedad española ha visto que Podemos prefiere mantener a Rajoy en La Moncloa por no pactar con el Partido Socialista. Y justo ahora, cuando existe, según las encuestas, un trasvase de votos hacia su formación política, parece dispuesto a dinamitar los treinta años de historia de IU -más los restantes del PCE- para subirse al suflé morado, que hoy está arriba y mañana, quién sabe, puede estar abajo. ¿Será que Alberto ya no quiere cocerse en la salsa de estrellas rojas a la que le mandaba con desdén Pablo Iglesias? ¿Será que ya le ha perdonado todos los desplantes, incluyendo el veto de Podemos a que IU formara grupo parlamentario con Compromís? ¿Cree de verdad que el arrpentimiento de Iglesias es sincero y no una simple estrategia electoral para ultimar su 'vendetta'? Garzón parece pecar de buenismo en exceso, así que allá él, que en su pecado lleva la penitencia.